En 2004, en el ayuntamiento de Cambados, en Pontevedra, se celebraron unos cursos de formación en los que participaron trabajadoras del sector marítimo-pesquero (mariscadoras y redeiras) de la zona. De ese encuentro, realizado con la colaboración con la Cofradía de Pescadores San Antonio de Cambados, nació la asociación Guimatur, dedicada a difundir la cultura marinera y los valores tradicionales del trabajo en dicho ámbito, así como revalorizar el papel de la mujer en el mundo del mar. Para ello, organizan rutas turísticas en todas las estaciones –excepto en invierno– que, con el paso de los años, se han ido haciendo cada vez más populares.
“En primavera y otoño vienen sobre todo escolares nacionales e intercambios de estudiantes franceses e ingleses. En verano la mayoría son turistas, tanto españoles como extranjeros”, explica María José Cacabelos, presidenta de la asociación, que actualmente cuenta con 12 integrantes. Ella lleva 23 años y 7 meses trabajando como mariscadora profesional, aunque ya conocía la actividad porque desde niña acompañaba a su madre, también perteneciente al gremio. “En la adolescencia en vacaciones aprovechaba para ganar algo para luego tener recursos durante el curso”, sostiene.
Las labores de las mariscadoras de Cambados son muy variadas. María José apunta que sobre 16 días al mes trabajan en la extracción de bivalvos [moluscos con concha] “siempre que la bajamar viene por la mañana, los días laborables”. También limpian las playas de algas para evitar que el marisco se asfixie y muera, además de vigilar sus bancos marisqueros en la época estival “para evitar que los bañistas se lleven marisco”.
“Aparte de reconocimiento, ganamos muchos más derechos que antes de formarse la agrupación no teníamos”
Charo, mariscadora en Cambados
Otra de sus funciones, quizás menos conocidas por los neófitos en el tema, es la que supone mover el marisco de sitio. “Trasladamos el marisco de zonas donde crece poco por estar mucho tiempo en seco a otras zonas donde hay casi siempre una lámina de agua permanente. Así, tiene más nutrientes y crece más rápido”, especifica la mariscadora. Y además, en primavera y verano también hacen labores de semicultivo para poder sembrar la playa.
En la asociación también hay redeiras como Sefa, que lleva 50 años trabajando en el mar. Su labor consiste en “arreglar las redes que vienen rotas del mar y también hacerlas nuevas”, explica. Aprendió la profesión con su familia, porque su padre tenía su propio barco y su hermana, a la que su tía había enseñado previamente, la llevaba con ellos después del colegio. Victoria también empezó muy joven en la profesión. Ahora está jubilada, pero fue redeira por las tardes “desde los ocho a los 15 años y mariscadora desde los 9 a los 63. Fui directora de la junta durante 12 años”.
Ellas son de las más veteranas. Charo, por ejemplo, lleva más o menos el mismo tiempo que María José. Empezó en el mundo del marisco casi por casualidad, porque su anterior trabajo no le gustaba y decidió cambiar. “Convocaron unos cursos, me presenté y aquí estoy”, explica. Su madre también fue mariscadora y comenta que, desde entonces, las cosas han evolucionado, sobre todo en cuanto a reconocimiento. “Cada vez más gente quiere entrar a mariscar. Y, aparte de reconocimiento, ganamos muchos más derechos que antes de formarse la agrupación no teníamos”, relata.
Melissa lleva diez años en el gremio, es casi una novata en comparación con las demás aunque no lo es tanto. “Me dedico al marisqueo desde hace 10 años, pero de manera intermitente lo hago desde la adolescencia”, dice. Accedió a la plaza a través de la Xunta de Galicia, es un oficio que se ha desempeñado por las mujeres de su familia desde generaciones. Para ella, el trabajo femenino en el sector del mar “no está lo suficientemente reconocido, pero creo que más que nada es por desconocimiento. Además siempre ha sido un oficio muy denostado e infravalorado. Aún pesa sobre el sector primario una idea de trabajo de segunda sin futuro”.
Tradicionalmente las mujeres de las poblaciones de la costa gallega se ocupaban de la crianza de los hijos y del cuidado de los mayores. También cosían las redes para poder salir los pescadores a pescar, luego vendían la pesca de sus padres y maridos por las aldeas próximas; lo transportaban con cestas sobre su cabeza caminando varios kilómetros. Según explica María José, para poner en contexto histórico la trayectoria de este gremio, “A veces, como las campesinas no tenían dinero para pagar, hacían un trueque de pescado por huevos, cebollas, patatas y otros productos del campo que luego tenían que vender en el pueblo para conseguir dinero para poder comprar lo que necesitaban para sacar adelante a sus familias.
“La lluvia se lleva bien, el viento no tanto”
Melissa, mariscadora en Cambados
Además, cuando bajaba el mar recogían marisco en la zona intermareal. Luego iban a casa del comprador y se lo vendían. Con el dinero que conseguían compraban los productos que necesitaban en la tienda del barrio. Los hombres salían en barco desde por la mañana hasta por la tarde, por eso la labor de las mujeres era tan importante en las sociedades costeras y lo sigue siendo. Aunque desde hace algunos años, se ha empezado a reconocer su valor “aún queda mucho trabajo por hacer” sostiene la presidenta de Guimatur.
Todas y cada una de las entrevistadas coinciden en que lo mejor de este trabajo es la facilidad con la que se puede conciliar la vida laboral y la familiar. Son autónomas y no hay jefes “pero sí hay que cumplir normas, algunas marcadas por la Consellería del Mar y otras aprobadas en asamblea para la viabilidad y el aumento de la rentabilidad de nuestro trabajo y el cuidado del ecosistema”, puntualiza María José. Su compañera Charo dice que le gusta porque: “cuando estoy trabajando desconecto de los problemas cotidianos” y Melissa comenta que: “resulta satisfactorio y muy divertido”.
En cuanto a la parte negativa del marisqueo también hay unanimidad en las respuestas: la salud física. Sefa explica que debido a las humedades y a las posturas, ahora se le resiente todo el cuerpo. Victoria, la más combativa, recuerda que lo peor era el mal tiempo y la dureza y la lucha de los primeros años cuando formaban agrupaciones de mariscadoras. Melissa reconoce que los días de temporal son complicados: “la lluvia se lleva bien, el viento no tanto”.
¿Cómo se ve el futuro de la profesión?
Según la visión de las marisqueras de Guimatur, las perspectivas no son muy halagüeñas. Uno de los peligros es el calentamiento del planeta, como señala Melissa. “Por desgracia estamos a expensas del cambio climático que poco a poco nos va llevando al monocultivo que afectará sensiblemente a la comercialización. En nuestra mano está adaptarnos, pero no será fácil”, comenta, aunque puntualiza que alberga esperanzas.
Otras señalan directamente a los conflictos laborales y también con las instituciones. Por ejemplo, Charo, que tiene más de dos décadas de experiencia, explica que la dedicación de las mariscadoras actuales es diferente a la suya. “Mucha gente que está trabajando no lo siente. Quieren hacer el tope y marcharse para casa, sin el mínimo esfuerzo. Están por tener un seguro o un refuerzo económico. Y es de lo que yo vivo y amo mi trabajo”, concluye.
Para Sefa, uno de los grandes problemas es que es un trabajo en el que hay que aprender mucho, antes de saber un mínimo pasa año y medio y está mal pagado. Mientras que para Victoria existe mucho desacuerdo entre ellas, no tienen diálogo entre todas las directivas a nivel autonómico. Necesitan apoyarse para avanzar.
María José, quizá la más optimista, observa que las distintas administraciones pueden apoyar para que tenga futuro favoreciendo la implantación de hatcheries para la producción de semilla de almeja y mejorando el saneamiento y depuración de las aguas residuales. Ella también ve que los tiempos que vienen no serán especialmente fáciles, pero no todo son malos augurios.
“Las generaciones futuras se están incorporando gracias al trabajo de mejora desenvuelto desde que se constituyeron las agrupaciones de marisqueo a pie. Hicieron posible que el marisqueo pasara de ser una actividad residual a convertirse en una profesión de la que se puede vivir dignamente”, desarrolla. “Pasamos de ser meras recolectoras a cuidar nuestros recursos: control de tallas, topes que permitan tener futuro sin sobreexplotar los recursos, tareas de vigilancia, resiembras, semicultivo o limpieza de algas”. Además, tiene un argumento que despeja cualquier duda: “Es un trabajo duro físicamente pero tenemos la mejor oficina del mundo”.
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Es maravilloso lo que hacéis.y muy sugerente.para viajar.gracias por vuestra labor..