El Berguedà del siglo XXI es sinónimo de aldeas pintorescas que enamoraron al mismísimo Pablo Picasso; de senderismo, parapente, kayak o escalada; y de una gastronomía abundante y auténtica que no se ha dejado influenciar demasiado por las corrientes más vanguardistas. Hasta aquí se viene para empaparse literalmente de naturaleza, pero también para aprender que por estos parajes deambularon los dinosaurios o que desde aquí se lideró la Revolución Industrial catalana.
2.000 kilómetros de botas, bastones y mochila
En esta comarca, podemos andar y andar sin repetir nunca un sendero, pues presume de tener más de 2.000 kilómetros de caminos balizados. La estrella mediática del conjunto es el Camí dels Bons Homes, una ruta por etapas que recorre las vías de migración que utilizaron los cátaros o buenos hombres durante los siglos XIII y XIV en su huida de la cruzada y la Inquisición.
El itinerario completo tiene su punto de partida en el santuario de Queralt, en Berga, y termina 190 kilómetros después en el castillo de Montsegur, ya en el Pirineo francés del Ariège. (Para complementar el camino y conocer más a fondo la historia de los cátaros en la región, conviene acercarse al Centro Medieval y de los Cátaros situado en el antiguo Palacio de Pinós, en Bagà).
Otra de las excursiones emblemáticas en la zona es la ascensión a la cima del Pedraforca (Difícil. 12,5 kilómetros/1.500 metros de desnivel acumulado) situado dentro del Parque Natural del Cadí-Moixeró. No obstante, en los últimos años la presión turística sobre este lugar es tan elevada que resulta más sostenible y seguro escoger otras cumbres menos transitadas e igualmente (o más) espectaculares.
Hay un buen abanico de altos entre los que escoger, como el del Comabona, en Gisclareny (Difícil. 16 kilómetros/950 metros de desnivel acumulado); las Penyes Altes de Moixeró (Difícil. 16 kilómetros /1.450 metros de desnivel acumulado); o el Coll de la Creueta al que se accede desde la bella población de Castellar de N’Hug (Dificultad media. 12 kilómetros/750 metros de desnivel acumulado).
Aunque los paisajes de El Berguerdà están preparados para ser caminados, también hay quien se acerca hasta la comarca para navegarla, nadarla, sobrevolarla o escalarla. Para ello hay infinidad de opciones en el embalse de la Baells, en los cielos de la Figuerassa, Rasos de Peguera o Avià y en las más de 1.700 vías de escalada abiertas en las paredes calcáreas y de conglomerados de la zona.
Croissants gigantes y colonias textiles
A principios del siglo XIX las grandes industrias textiles modelaron el paisaje cultural y humano de esta comarca pre-pirenaica surcada por un río, el Llobregat, que nace en Castellar de N’Hug —aldea famosa por su románico y por sus croissants de un kilo de peso— para desembocar junto al aeropuerto de El Prat unos 175 kilómetros más abajo.
Estas comunidades industriales, que se levantaron junto al curso fluvial para aprovechar el agua como fuente de energía, se componían de una zona productiva o fábrica y de un espacio donde vivían los trabajadores y sus familias, con sus correspondientes escuelas, iglesias y zonas de uso común. La primera colonia textil del Berguedà fue la de Cal Rosal, fundada en 1858, y después de ella muchas otras poblaron las riberas del Llobregat a su paso por la comarca.
Hoy podemos visitar cinco de las quince colonias que aún existen entre Berga y Balsareny siguiendo la Ruta de les Colònies Textils del Llobregat (Fácil. 32 kilómetros en bicicleta) o bien accediendo a cada espacio por separado. En Gironella, por ejemplo, se puede entrar en la Torre del Amo de Viladomiu Nou que ejerció como suntuosa residencia de la familia propietaria de una de las colonias; y en Puig-Reig se encuentra el museo de la Colonia Vidal.
Los niños, en su salsa
Cerca de Berga está el Centre Mundial del Ruc Català de Fuives una granja familiar que se dedica a la cría y conservación del burro catalán (Equus africanus asinus) desde que sus fundadores —el señor Joan Gassó y sus hijos— salvaran esta especie de la extinción hace ya 50 años. Hoy, en la vieja masía de la familia situada en un plácido entorno rural, los mismos Gassó realizan visitas guiadas para conocer la historia y proceso de recuperación de esta raza autóctona.
No muy lejos de aquí otro de los lugares preferidos por los más pequeños de la casa es el Complejo Paleontológico de Fumanya, que se descubrió casi por casualidad en unas antiguas minas de lignito. En él se han contabilizado más de 3.500 huellas y huevos de dinosaurios, así como fósiles de árboles o cocodrilos y hasta una tortuga del Cretáceo. Por si los burros y los dinosaurios no han sido suficientes, en los bosques de Saldes y de La Pobla de Lillet se han construido dos parques de aventura entre los árboles, con itinerarios de interpretación del entorno forestal y juegos en forma de tirolinas, columpios, lianas o puentes de cuerda.
Y también podemos, simplemente, descansar
La tranquilidad pastoril de la montaña berguedana atrajo al mismísimo Pablo Picasso, quien subió a lomos de una mula —cargado con sus caballetes— para llegar a Gósol, donde pasó la primavera de 1906. Igual que la bonita Gósol muchas son las aldeas que en El Berguedà presumen de silencio, de arquitectura en piedra vista y de pequeñas fondas donde se sirve buen comer.
Ahí están para disfrutarlas sin necesidad de nada más las plácidas Gisclareny, que es el pueblo más pequeño de Cataluña; L’Espunyola, con su arquitectura románica; Gironella y sus cuatro colonias textiles; Saldes, que presume de vistas al Pedraforca; Vallcebre y sus muchas masías; la medieval Bagà o la más urbana La Pobla de Lillet, donde el arquitecto modernista Antoni Gaudí construyó un jardín romántico para un acaudalado empresario textil.
Los jardines y el chalet más desconocidos de Gaudí
A unos 120 kilómetros de distancia del popular Park Güell, al norte de la provincia de Barcelona, Antoni Gaudí diseñó unos jardines de similar apariencia pero a menor escala. Son los jardines de Artigas, en La Pobla de Lillet, y en su construcción trabajaron los mismos obreros que en el parque Güell.
En los restaurantes tradicionales de estas aldeas se perpetúa una cocina de montaña adaptada a los rigores del clima y a las comunicaciones difíciles que durante siglos vivió la zona. Los guisos tradicionales son generosos en setas, patatas o maíz y haremos bien en probar los guisantes negres con panceta, las patates emmascarades que se cocinan con butifarra negra, o el trinchado de col y patata al que aquí llaman trumfos amb col.
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