Con una profundidad media que oscila entre 9 y 12 metros y una longitud total cercana a los 7 Km, las bodegas subterráneas forman uno de los principales atractivos turísticos de la capital de la Ribera del Duero.
La economía de la villa, íntimamente ligada al vino, obligó a los arandinos de los siglos XII y XIII a construir estas bodegas, que no son otra cosa que un entramado de túneles que discurren por el subsuelo de la ciudad, originalmente destinados a la conservación de los vinos elaborados a partir de la Edad Media.
Disponen de catas de vinos, visitas guiadas y restaurante para disfrutar del auténtico lechazo castellano.