Algunos árboles han visto pasar toda la historia de su zona sin inmutarse. La de los tejos es una de esas especies que conocieron a los celtas, dieron sombra a una larga lista de generaciones de mallorquines y vieron transcurrir el tiempo desde la serranía de Cuenca. Ahora hay pocas concentraciones de estos ejemplares que pueden tener miles de años, pero una de ellas está en la península ibérica y se puede conocer si se transita por la senda de la Tejeda de Tosande, en el Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre en Palencia.
Ruta por la senda de la tejeda de Tosande
Esta ruta tiene una longitud de 10,50 kilómetros, es circular y su nivel de dificultad es moderado. Se completa en tres horas y media con un desnivel, tanto positivo como negativo, de unos 350 metros aproximadamente. Es apta para realizar con niños, está bien señalizada y se puede visitar durante todo el año, aunque la estación menos recomendable es el invierno.
Longitud: 10,50 kilómetros
Dificultad: moderada
Tipo de ruta: circular
La senda parte de un aparcamiento que se encuentra en una desviación de la carretera C-626, a unos 6 kilómetros de Cervera de Pisuerga si se conduce en dirección a Guardo. Después de pasar por un pequeño jardín, en el que se explican las especies vegetales y animales de la zona, comienza la senda.
En su primer tramo, el camino atraviesa el valle de Tosande. Hay que caminar por debajo del puente por el que circula el ferrocarril que va de Bilbao a León y entrar en una garganta que dirige a una concentración de robles y encinas.
Los pasos llegan a una bifurcación y debe tomarse la opción de la izquierda, que lleva a un espeso hayedo, previo a la tejeda, situado en la ladera de Peña Oracada. El suelo normalmente está como acolchado, sobre todo en el otoño, por la caída de las hojas. En primavera, la frondosidad de las hojas hace que la naturaleza abrace al visitante de forma acogedora.
Tras el hayedo se encuentra la tejeda de Tosande, donde algunos árboles habitan desde cientos o incluso más de mil años. En ese punto, el camino se encuentra muy delimitado y a la entrada hay un cartel que indica que no está permitido salir de él para que las visitas no dañen a los tejos. De hecho, se han colocado unas plataformas de madera para caminar sobre ellas y no dañar el suelo.
Se puede tomar el camino de la izquierda o el de la derecha –hay una bifurcación– pero ambos se encuentran de nuevo a la salida de la tejeda, así que da un poco lo mismo. También está la posibilidad de hacer el camino circular y conocer el bosque de tejos con más detalle.
Una vez pasada la tejeda, se sale a un mirador situado en el punto más alto de la senda, a 1.410 metros por encima del nivel del mar, desde donde se ve el valle de Tosande y puntos muy relevantes de la montaña como el pico de las Cruces o Peña Redonda. Tras las vistas, comienza la bajada, que es bastante acusada –así que hay que tener un poco de cuidado para no tropezar o resbalar– y transcurre por un hayedo. En determinado momento se conecta con el camino de ida y se vuelve al punto de partida.
Además de todas las variedades vegetales, en la zona también viven animales, aunque su avistamiento depende de su voluntad. Hay jabalíes, corzos y ciervos así como mirlos, collalbas, currucas, buitres leonados o águilas culebreras, entre otras. Las especies que se alimentan de brotes son algunas de los causantes del peligro de extinción de los tejos, aunque no las únicas.
El valor de la tejeda de Tosande
Es curioso que un árbol que lleva en el planeta desde tiempos inmemoriales necesite ayuda para seguir viviendo en la actualidad. De hecho, no es fácil encontrar una concentración como la tejeda de Tosande, porque generalmente crece solo o en compañía de otras especies. Otras agrupaciones como la de Tosande se pueden ver en la sierra del Sueve en Asturias o en la braña de los Tejos en Peñarrubia, en Cantabria. El clima húmedo, fresco y sin luz directa del sol favorecen su subsistencia.
Hay varios motivos para la reducción de la cantidad de tejos en la península ibérica. Una es la tala para el uso de su madera, otra es el cambio de clima que influye en el terreno y en las características ambientales de las zonas en las que crece y, por último, la cercanía del ser humano. Era habitual que, en los pueblos, las iglesias y los cementerios estuviesen al lado del tejo de turno, así que las obras de reforma o el mismo paso de los vecinos por allí pueden haber dañado al ejemplar con el tiempo.
Algunos también se han visto afectados negativamente por las visitas turísticas. El aspecto de sus troncos y su longevidad (la primera es una consecuencia de la segunda) atrae a muchos interesados en la botánica, así como el carácter místico de esta especie que ha sobrevivido a las vicisitudes de la historia pero también ha ayudado a matar.
Lo que quizá no mucha gente sabe es que el tejo es venenoso. Sus hojas, sus raíces, sus semillas y sus ramas contienen un alcaloide llamado taxina que es muy tóxico y si se consume en grandes cantidades puede ser letal. Los guerreros galaicos, cántabros y astures –según historiadores– lo usaron en las guerras cántabras que se batallaron en el monte Medulio para suicidarse si se hacían demasiado viejos para la lucha o antes de rendirse ante el bando enemigo. Antes muerto que capturado, básicamente.
En España hay algunos tejos especialmente famosos por su edad. Está el de Canciás, en Aragón; el de San Cristóbal de Valdueza, en Ponferrada; el de Barondillo; en Madrid; el de la sierra de Cazorla, en Jaén; o el de Bermiego, en Asturias, también conocido como el texu.
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1 comentario
Se deberían crear tejedas ayudando con ello a la recuperación de la especie.