En los últimos años se ha extendido mucho la literatura con sabor rural y con mucha calidad. Es una vía que da voz a las personas que viven en los espacios menos habitados, los más olvidados. Ahora bien, a finales de los años noventa no era tan fácil encontrar libros que no tuvieran una gran ciudad como telón de fondo. Hubo uno que revolucionó los estantes y las ventas: Entre limones, de Chris Stewart. Desprende un olor fresco a azahar que nos lleva al pueblecito de Órgiva, en la Alpujarra granadina.
Una historia neorrural sin caer en la idealización
Entre limones es un relato sencillo y ligero, de esos que se leen rápido. Cuenta la historia real del que fuera el primer baterista de la mítica banda de rock Genesis. Cansado de su ajetreada vida en Londres, decidió comprar un viejo cortijo en la Alpujarra de Granada con su pareja. El típico sueño de tantos, con la diferencia de que él sí que lo hizo realidad. El cortijo se llama “El Valero” y estaba -o mejor dicho, está- en una colina, entre olivos, almendros y limoneros, en el margen de un río, sin carretera de acceso, sin agua y sin electricidad.

Es un libro optimista, que no de idealización utópica de la vida rural. De hecho, narra las vicisitudes con las que se encuentra, la precariedad de la vida diaria y el trabajo por ganar comodidades, la personalidad reticente de ciertos campesinos locales, los engaños y la solidaridad con la que se topa a la hora de iniciar su nuevo proyecto de vida. Todo narrado desde el respeto y el humor. De hecho, la primera persona de la que se ríe es de él mismo y de sus escasos conocimientos sobre los quehaceres rurales.
Con los años, Entre limones se ha convertido en algo así como la “Biblia neorrural”, el típico libro que hay que leerse antes de irse a vivir al campo, que anima a lanzarse a la aventura y a tener los pies en el suelo al mismo tiempo. Una novela que, además, puso en el mapa Órgiva, un pueblo que ha ganado 1.700 habitantes desde el año 2000, llegando a los 5.700. No sabemos si como consecuencia de la obra de Stewart, si por ser la capital de la Alpujarra granadina o por una mezcla de ambas cosas.

Un pueblo “güevero”, multicultural y quijotesco
En cualquier caso, Órgiva es un municipio que merece la pena conocer en las Alpujarras, tanto por su patrimonio histórico como por su entorno natural. No hace falta dejarlo todo y comprar un cortijo, ¡siempre te puedes quedar en una casa rural en los alrededores! Uno de los enclaves con más encanto del pueblo es el barrio Alto, donde se conserva la arquitectura tradicional de la zona: casas encaladas de blanco, balcones rebosantes de flores coloridas y empinadas callejuelas. Al final del ascenso, está la ermita de San Sebastián, en el punto más alto del municipio, por lo que ofrece una de las mejores vistas.
En el centro del pueblo está la moderna plaza de la Alpujarra, que mantiene un estilo tradicional con dos tinaos de unos 10 metros de largo que representan diferentes pueblos alpujarreños mediante ilustraciones. En la plaza de las Culturas encontramos un homenaje a la diversidad cultural del municipio, ya que aquí conviven más de 70 nacionalidades diferentes, desde viajeros New Age y expatriados como Chris Stwart hasta personas empujadas por la búsqueda de empleo.
Pero da igual de dónde vengan, hoy todos ellos son orgiveños y orgiveñas, o como se les conoce popularmente, “güeveros” y “güeveras”. No está claro el origen de este gentilicio extraoficial: hay quien defiende que se debe a la tradicional venta de huevos en el pueblo y quien piensa que es porque se decoró con miles de cáscaras de huevo para recibir al rey Alfonso XIII. ¡A saber!
Seguimos por otros puntos de interés como la parroquia de Nuestra Señora de la Expectación, una antigua mezquita musulmana reconvertida en iglesia; el molino de Benizalte, del siglo XVI y de estilo mudéjar, que molía la aceituna; la casa palacio de los Condes de Sástago, de los siglos XVI-XVII, de arquitectura árabe y con un torreón con 26 almenas, que actualmente alberga el Ayuntamiento de Órgiva.
Otra de las cosas que destacan del pueblo es que tiene una de las colecciones más importantes de España sobre el Quijote. Está en la Sala Cervantina Agustín Martín Zaragoza, que se refiere a un bibliotecario honorario que era un verdadero apasionado de la obra de Cervantes. Alberga más de 300 ediciones diferentes, además de 600 estudios y ensayos, 80 ejemplares en distintos idiomas, biografías, pinturas, una imponente estatua y otros elementos relacionados con el caballero de la triste figura.
Un punto de salida para hacer senderismo en las Alpujarras

Aunque no tomes la decisión de dejarlo todo e irte a vivir en medio de las montañas como hizo Chris Stewart, puedes acercarte a la sensación de paz y tranquilidad explorando el entorno natural de Órgiva. Frente a la localidad, se puede ascender al cerro de 900 metros de altitud en el que yacen las ruinas del Castillejo, una antigua fortaleza árabe a 3 kilómetros al sur de la población.
Otra ruta interesante es el Camino de los Olivos Centenarios, de 7,5 kilómetros y 150 metros de desnivel que se adentra en la vega y descubre algunos de los ejemplares más antiguos del pueblo, además de pasar por restos de antiguos molinos donde se destilaba el aceite.

Un tercer paseo sencillo y apto para familias es la Circular de Bayacas, un recorrido señalizado de 6,5 kilómetros y 240 metros de subida que lleva a esta pedanía que antes era independiente y hoy pertenece a Órgiva.
Ofrece buenas panorámicas de fincas agrícolas de alto valor ecológico en el valle de los ríos Seco y Chico. Aquí está el Árbol de la Vida, una obra de arte muy colorida y comunal, realizada por artesanos y vecinos, que luce en la plaza central del pueblo. La ruta también pasa por el mirador de sierra de Lújar, con vistas al valle del Guadalfeo y los pueblos de Carataunas, Soportújar (¿sabías que es conocido como el pueblo de las brujas?) y Cáñar.
Raquel Andrés
Periodista y aventurera. Me has podido leer en Escapada Rural, Diari Nosaltres La Veu, La Vanguardia, El Salto y otros medios. Habitante y amante de las zonas rurales, sea cual sea el destino. Procuro escaparme una vez por semana con las botas de montaña, el arnés o el neopreno. También soy un intento de baserritarra.
Etiquetas
Si te ha gustado, compártelo
Publicidad












