Los bosques mágicos no tienen por qué ser escenarios que solo existan en la imaginación. Si bien es poco probable que en la realidad haya gnomos que viven en casas construidas dentro de troncos –por ejemplo–, el arte es capaz de llenar de vidas abstractas espacios naturales. Es lo que ha logrado el artista vasco Agustín Ibarrola en el Bosque de Oma, un proyecto que encandila a todo el que pasa pero que también dirige a otro rincón mágico: los molinos y la cascada de Bolunzulo, en Vizcaya.
Ruta a la cascada de Bolunzulo
La ruta del Bosque de Oma, perteneciente a la localidad de Kortezubi, tiene unos 7 kilómetros de longitud, a los que hay que añadir un par más si se toma la desviación al molino. Esto quiere decir que se puede realizar el sendero circular que solo se mueve por dentro del pinar de Ibarrola o incluir la visita al molino. En todo caso, se trata de una ruta de dificultad media –hay cuestas un tanto empinadas, el desnivel de subida y bajada es de 769 metros– aunque se puede realizar con niños y perros (tienen que ir atados).
Se recomienda llevar calzado adecuado, por si hay tramos en los que se puede resbalar, y agua, porque no hay fuentes. Se recorre en unas tres horas sin contar el tiempo que se pare a apreciar las pinturas de Ibarrola o los vestigios del molino y su cascada. Desde la Diputación de Vizcaya advierten que no se puede realizar el camino en bicicleta, ni acampar, fumar o hacer fuego, ni tocar los árboles y pinturas del bosque.
Longitud: 7 kilómetros
Dificultad: media
Tipo de ruta: circular
La ruta parte del aparcamiento cercano a las cuevas de Santimamiñe, actualmente cerradas al público. En esa misma zona está el restaurante Lezika, que tiene aparcamiento propio pero es para los clientes, lógicamente (a veces los visitantes se confunden). Un dato importante a tener en cuenta es que es necesario reservar visita para poder ir. El acceso si se va por libre es gratuito, solo hay que pagar si se opta por ir con guía. Aunque se tenga reserva, hay que presentarse en el punto de acceso una hora antes de la asignada.
Al dar el primer paso de salida, se empieza a subir una pista en cuesta de 2,5 kilómetros que precede a la entrada del bosque. La caminata por su interior tiene indicaciones y la diputación de Vizcaya tiene en su web una guía (escrita y en audio) que explica qué significa cada uno de los 34 conjuntos (algunas pinturas abarcan varios árboles que hay que observar con cierta perspectiva).
Uno de los más conocidos es El Arco Iris de Naiel, que es el nombre de uno de los nietos del autor. En el texto informativo se explica que “es una versión sentida y potente sobre la visión del arcoíris a través de los propios árboles del bosque después de la lluvia”.
Bolunzulo: un escenario de cuento
Cuando se termina el recorrido, se puede optar por bajar por la misma pista que se subió hasta llegar al parking de salida o tomar una desviación. Esa segunda opción lleva al barrio de Oma, donde también está la antigua casa de Agustín Ibarrola, que se ve desde el camino.
Así, después de cruzar un pequeño puente, se sigue por un camino paralelo al río donde primero hay un molino abandonado al lado del cual se encuentra la cascada. Pero el recorrido no acaba ahí porque un poco más adelante hay un segundo, donde está el sumidero Bolunzulo. En dicho lugar, el río Oma entra en el interior del karst del macizo de Ereñozar y ya no se le vuelve a ver hasta la ría de Mundaka.
Ambos molinos se construyeron en el siglo XVI y estuvieron en funcionamiento hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, una vez dejaron de ser útiles se abandonaron y actualmente no están en muy buen estado. Pero la visita merece la pena por el entorno en el que se encuentran. Para terminar, hay que hacer el mismo camino pero de vuelta y buscar la ermita de San Pedro, desde donde se llega caminando, por fin, al parking donde empezó toda la aventura.
El nuevo Bosque de Oma
Resulta que el Bosque de Oma tiene una historia dentro de su propia historia. Agustín Ibarrola comenzó su proyecto en 1982, en un pinar que estaba al lado de su caserío (el que se puede ver desde el camino a los molinos). Esta obra se enmarca dentro de la corriente artística Arte y Naturaleza que, como su nombre indica, utiliza el paisaje como lienzo de sus pinturas.
El caso está en que los pinos, de la especie radiata y que venían de América, se plantaron en 1960. Sobre ellos desarrolló el artista su arte hasta que, a principios del siglo XXI, la enfermedad banda marrón afectó a los árboles y el espacio se volvió peligroso. Alguno de ellos se cayó, así que en 2018 se decretó su cierre.
Sin embargo, ese problema no significó la desaparición de la obra artística. Debido a su importancia, la Diputación Foral de Vizcaya resolvió que se emplazaría en otro espacio similar al original situado muy cerca. Para llevar a cabo el traslado se contó con la participación de un equipo multidisciplinar en el que había, por ejemplo, técnicos forestales.
El proceso se llevó a cabo en dos fases. En la primera, que se desarrolló en 2022, se planificó el diseño del nuevo Bosque de Oma, con el trazado de los caminos y la búsqueda de los lugares más adecuados para los conjuntos, que también se empezaron a pintar. Los primeros fueron el Arco Iris de Naiel y Los Ojos. La segunda parte consistió en terminar los conjuntos hasta llegar a los 34 actuales.
Agustín Ibarrola practicó muchos géneros artísticos. Este bosque pertenece a su etapa de Land Art o Arte y Naturaleza, donde también se enmarcan otras obras como Ola a Ritmo de Txalaparta en la estación de Chamartín en Madrid o, la que quizá sea más representativa, los Cubos de la Memoria en el puerto de Llanes. Cualquiera que haya pasado por el puerto del pueblo asturiano se acordará de la colorida huella de Ibarrola.
Un bosque, un paseo de 2 horas y arte en todas las cortezas. El Bosque Pintado de Oma, en Vizcaya, es una experiencia sensorial y gratuita para los amantes de la naturaleza…
2 comentarios
Gracias
Es un placer poder verlo a través de tus palabras
Magnífica selección.