“¿Qué será ese edificio?”, nos preguntamos al llegar a lo alto de Arantzazu. “Mira, tiene una cruz. Es posible que sea una iglesia”. “¿Una iglesia?”.
El santuario de Arantzazu (Aránzazu en castellano) no deja indiferente a nadie. No importa ser experto en arquitectura o no tener ni idea. El gran bloque de hormigón y sus tres torres de pinchos, cuya altura iba aumentando mientras la niebla se desvanecía, llaman la atención tras seguir la serpenteante carretera de Oñati y alcanzar los 700 metros de altura.
Su aspecto frío, por el gris de su estructura, ennegrecida en algunas partes por la lluvia y la humedad, le da un aspecto misterioso. No es de extrañar que Alex de la Iglesia se haya inspirado en él para rodar el inicio de El día de la bestia.
La imagen del templo contrasta con el paisaje que tuvo la suerte de ocupar. Con el verdor de las montañas que parecen abrazarlo, los barrancos, los bosques y del río que cruza bajo sus pies. Estamos a las puertas del Parque Natural de Aizkorri-Aratz, en Guipúzcoa, y lo que tenemos enfrente es una de las obras de arte vanguardistas más relevantes de Euskadi.
Un lugar de peregrinación para visitar a la virgen de Arantzazu, patrona de Guipúzcoa, en cuyo santuario participaron artistas de renombre como Eduardo Chillida, Lucio Muñoz, Jorge de Oteiza y Néstor Basterretxea, entre otros.
La virgen entre los espinos
El origen de Arantzazu está unido a su etimología. El nombre significa, en euskera, “abundancia de espinos”, por lo que hace referencia al lugar. Según la leyenda, así es como el pastor Rodrigo de Balzategi se encontró a la virgen en uno de sus paseos: camuflada entre espinos. El Compendio historial de las Chrónicas y universal historia de todos los Reynos d’España (1571), escrito por el historiador Esteban de Garibay, dice que: la mujer estaba sujetando al niño y junto a ellos había un cencerro. Al verla, el pastor le dijo: “¿Arantzan zu?” (¿Tú entre espinos?).
El homenaje a los orígenes del lugar y a su leyenda lo encontramos en varias partes del edificio. Las torres intentan recrear tres espinos, por eso están compuestas de grandes piedras de puntas de diamante como si quisieran cortarnos. Fue obra de los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga, encargados del diseño del edificio.
En el interior, además, la talla de la virgen está sobre un tronco de espino blanco con un cencerro. Símbolos que el padre franciscano Lizarralde también quiso incluir en el escudo del santuario.
Una obra polémica y prohibida
La leyenda y la construcción de la primera ermita datan del siglo XV. Cuando el pastor llegó al pueblo y contó la historia, los habitantes de Oñati se apresuraron a subir de peregrinación al lugar. Formaron una cofradía y levantaron un pequeño templo donde venerar a la virgen.
De aquella construcción apenas queda la planta original de la cripta, ya que a lo largo de los siglos, el santuario de Arantzazu llegó a sufrir hasta tres incendios. Los dos primeros fueron fortuitos (s. XVI y XVII) y solo la virgen logró salvarse de las llamas. El templo quedó reducido a cenizas. El tercero ocurrió durante la primera guerra carlista, en 1834.
El edificio que hoy podemos contemplar es del siglo pasado. Su construcción comenzó en 1950 y fue diseñado por los arquitectos del colegio de Madrid Sáenz de Oiza (Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1993) y Luis Laorga, quienes contrataron para el proyecto a algunos de los artistas de más renombre de Euskadi: Jorge Oteiza, Néstor Basterretxea, Carlos Pascual de Lara, Javier Álvarez de Eulate y a Eduardo Chillida.
Con las primeras obras, algunos de los fieles se quejaron. El diseño no parecía ceñirse al arte eclesiástico clásico. El Obispado de San Sebastián tenía que dar su aprobación. Sin embargo, el proyecto tampoco pareció convencerles. En 1954, a Jorge Oteiza, Néstor Basterretxea y Pascual de Lara se les prohibió continuar con su trabajo. Solo Chillida, que se encargaba de las puertas, y Álvarez de Eulate, responsable de las vidrieras, pudieron seguir con la obra.
Un año después, desde Roma llegó un comunicado que decía:
“Esta Pontificia Comisión que cuida del decoro del Arte Sagrado según las directrices de la Santa Sede, tiene el dolor de no poder aprobar los proyectos presentados”.
Los artistas excluidos se fueron y, como consecuencia, las esculturas de Oteiza, que hoy ocupan la fachada principal del santuario, se quedaron 14 años abandonadas en la cuneta. En la entrada se pueden ver La piedad y los 14 apóstoles de Oteiza. El primero de ellos por la izquierda es Matías, que hace de patrón que guía a los remeros.
Néstor Basterretxea, que era el encargado de realizar las pinturas de la cripta, no pudo terminarlas hasta 1985. Sus primeros bocetos tuvieron tanto revuelo que el artista fue obligado a realizar unos diseños nuevos.
Por el contrario, Pascual de Lara murió tres años después de la prohibición, por lo que el ábside y el retablo pasaron a manos de Lucio Muñoz, quien lo terminó en 1962. Su trabajo fue reconocido con la Medalla de Oro de la Bienal Internacional de Arte Cristiano de Salzburgo (Austria).
Finalmente, el complejo se inauguró y se consagró en verano de 1969, aprovechando el V centenario de la aparición de la Virgen. Y, a pesar de la polémica, desde entonces el santuario de Arantzazu goza de reconocimiento internacional.
Tanto la basílica como la cripta se pueden visitar por libre de forma gratuita cualquier día de la semana. También hay la opción de contratar una visita guiada y, en el Centro Francisco de Asís, además, se ofrecen ejercicios espirituales.
Rutas por Arantzazu
El santuario de Arantzazu está rodeado de sendas y caminos. Uno de los más sencillos es el que parte del centro de congresos Gandiaga Topagunea, situado justo al lado del templo y que cuenta con un panel informativo. Se trata de un camino muy fácil, con una longitud de unos 3,5 kilómetros y que pasa por el mirador del barrio Arantzazu, frente a las sierras de Urkilla y Elgea. La senda recorre bosques, pastizales y termina en la escuela de pastores, donde podemos conocer la vida y los quehaceres de esta tradicional profesión.
Otra de las rutas fáciles es la que llega hasta Iturrigorri, el bosque escuela. Tiene 4 kilómetros de recorrido que parten desde el santuario y que siguen por delante del restaurante Milikua y el hotel Sindika. En total se tarda una hora y media y podrás disfrutar de un bosque de hayas.
Para los más avanzados, existen otros caminos que llegan hasta Aloña, la cima de Oñati; y Urbía, el refugio de montañeros. La primera ruta es de unos 10 kilómetros y tiene un desnivel de 500 metros; la segunda es de 8,5km y tiene 400 metros de desnivel. Ambas tienen una dificultad media.
Arantzazu está situado a 10 kilómetros de Oñati, a 700 metros de altura. En la zona también se pueden visitar las cuevas de Arrikrutz, así como disfrutar de su deliciosa gastronomía o de la cultura pastoril.