Paisaje rojo de la ruta del mimbre, Cuenca. Por JUAN CARLOS MUNOZ.
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El amarillo alegre del piorno en flor de la sierra de Gredos, el rosa potente de los melocotoneros de Cieza o el lila hipnótico de la lavanda en Brihuega son algunos de los colores que atraen a los aficionados al turismo de floración (y a los que buscan escenarios bucólicos para sus redes). Pero hay otro rincón de la península ibérica que se tiñe cuando el cultivo principal de sus tierras está en su época de esplendor. La Ruta del Mimbre, que transcurre por la Serranía de Cuenca, pasa por campos rojos y púrpuras explosivos que son toda una atracción para los sentidos.
Además de los tonos del paisaje, por el que fluyen el río Escabas y su afluente, el Trabaque, la ruta tiene como principal atractivo conocer la historia de este material. Aunque ahora se utiliza más bien para la artesanía tradicional, en su momento el mimbre fue esencial para la economía de la zona y también del país. Los objetos elaborados con esta fibra vegetal –sillas, cestas o baúles, por ejemplo– llegaban a todas partes. Actualmente, el 80% de la producción española viene de aquí.
La Ruta del Mimbre
La Ruta del Mimbre pasa por siete pueblos relacionados con ese cultivo: Albalate de las Nogueras, Villaconejos de Trabaque, Priego, Cañamares, Fuertescusa, Vadillos y Beteta. Son más de 50 kilómetros de recorrido por esas tierras de la Serranía de Cuenca y la Alcarria conquense, que se recomienda hacer entre los meses de noviembre y mayo, porque es cuando su entorno natural se colorea con más intensidad. Con la recolección, las varas se colocan en montones en forma de cabaña –parecen tipis– conocidos como ‘carboneras’ o ‘chozos’.

Albalate de las Nogueras, un antiguo asentamiento bereber
El camino parte de Albalate de las Nogueras, un municipio que se encuentra en lo alto de un cerro y que, durante la Alta Edad Media, fue un asentamiento bereber. El alto en el que se construyeron sus casas se forma por la confluencia del río Trabaque y el Albalate, uno de sus afluentes. Su principal reclamo arquitectónico es la iglesia de la Asunción que, parece ser, está edificada sobre una antigua mezquita.
Su origen se remonta al siglo XIII y llaman la atención especialmente las formas talladas en los canecillos, que representan animales, personas y plantas. Es Monumento Nacional desde 1983. Asimismo, también es interesante la plaza mayor del pueblo, en la que se aprecia su pasado medieval, así como las mansiones solariegas que, junto a las populares, vertebran las calles.
Villaconejos de Trabaque, el tesoro de la Alcarria

Villaconejos de Trabaque se presenta como un ‘tesoro de la Alcarria’ según turismo de Castilla-La Mancha. El pueblo está atravesado por el río Trabaque y, a un lado se sitúan las casas, y al otro las cuevas del vino por la que es famoso, entre otras cosas. Tiene unos 500 habitantes y dos santuarios que son emblemáticos en el lugar. Por un lado, la iglesia de San Juan Bautista, construida entre finales del siglo XV y principios del XVI en la que destaca su pináculo, que tiene tres huecos para las campanas y está rematada con bolas.
Por el otro, está la ermita de la Concepción, a cuya entrada hay perfilados unos llamativos jardines. No existen datos exactos que aseguren la fecha de su construcción, pero se calcula que se trata de un templo del siglo XVIII. En la otra orilla del río se pueden visitar las mencionadas cuevas del vino, colocadas en hilera y excavadas en su tierra.
Priego: mimbre y alfarería

La siguiente parada es Priego, uno de los nombres más relevantes del camino, sin desmerecer al resto. Este municipio hace de frontera –o de puerta– de la Alcarria a la Serranía, o viceversa. Cerca de las casas que lo conforman pasa el río Escabas, que forma la hoz conocida como Estrecho de Priego, un paraje natural digno de conocer. Además del mimbre, la población también es conocida por sus trabajos de alfarería y por varios de sus monumentos.
Uno de ellos es el torreón de Despeñaperros, que en su día formó parte de una fortaleza árabe. En su parte baja se encuentra la cueva de la Mora, cuyo nombre viene de la leyenda del siglo XIII que decía que en su interior habitaba la princesa Zobey, pero que cualquiera que entrase a verla se convertiría en piedra. Además, también destaca la iglesia de San Nicolás, del siglo XVI; y los conventos del Rosal y San Miguel, ambos del siglo XII.
Cañamares, donde el mimbre tiene peso

En el valle de las hoces que forma el río Escabas se encuentra Cañamares, otra de las paradas de la Ruta del Mimbre. Este municipio, que tiene menos de 500 habitantes, está hermanado con San Millán de la Cogolla, ya que se formó cuando unos soldados riojanos se asentaron en la zona durante la Alta Edad Media.
Es un buen lugar en el que disfrutar de la gastronomía conquense: el morteruelo, el gazpacho manchego, el cabrito o las gachas no faltan en sus restaurantes. Y si el calor aprieta, también es posible darse un baño en su playa natural. Además, es el lugar de la ruta en el que la producción de mimbre tiene más peso.
Fuertescusa: entrada a la ‘Selva Negra conquense’
El recorrido llega ahora a Fuertescusa, un pequeño pueblo al que se conoce por ser la puerta a través de la que se entra a la ‘Selva Negra conquense’ (el nombre viene, evidentemente, por el parecido de esta zona natural de Cuenca y la de Alemania). Además, en la entrada hay una roca conocida como ‘la del castillo’ -aunque no hay ningún edificio-, además de tres túneles horadados en la montaña a los que llaman ‘la puerta del Infierno’. Datan de 1935.

Badillos y Beteta, tierra de Solán de Cabras
Si alguien pregunta por el carácter de Cañizares –la localidad, no el futbolista– le responderán que es ‘típicamente serrano’. Entre sus monumentos se encuentran la ermita de la Virgen de los Casares, del siglo XVIII y la iglesia de Santiago Apóstol, que data del mismo periodo histórico. Tras pasar por Vadillos se llega a la última parada de la Ruta del Mimbre: Beteta.
Este pueblo ha sido el primero, junto a Sigüenza, en recibir el distintivo de Municipio Turístico de Castilla-La Mancha. Además de formar parte de la ruta del mimbre, también es muy conocido porque en sus alrededores nace el manantial de Solán de Cabras y está el Real Balneario de Solán de Cabras. Entre las joyas de su patrimonio destaca el castillo de Rochafrida, del siglo XII, que es uno de los más altos del país. Está edificado en un alto a más de 1.363 metros sobre el nivel del mar. Asimismo, también es interesante su iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, que data del siglo XV.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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