Medallistas olímpicos rurales 2/5: Jesús Vallejo
Segunda entrega del serial de entrevistas Medallistas olímpicos rurales en EscapadaRural. Los Juegos Olímpicos de París 2024 nos sirven como excusa para descubrir las raíces rurales de cinco deportistas que han logrado subir a un podio olímpico. En la segunda entrega, charlamos con el futbolista aragonés Jesús Vallejo, medalla de plata en Tokyo 2020, que dio sus primeras patadas al balón en un pabellón deportivo de su pueblo que ahora lleva su nombre.
Jesús Vallejo Lázaro (Zaragoza, 1997) tiene grabados a fuego sus veranos infantiles de fútbol y bicicleta en Loscos (Teruel). En su pueblo materno, en la comarca del Jiloca, dio sus primeras patadas al balón este futbolista que, siendo todavía adolescente, se hizo profesional en el Real Zaragoza. Después de solo un año compitiendo con los mayores, fichó por el Real Madrid.
En el Bernabéu ganó Ligas y Champions y compartió vestuario con los mejores futbolistas del mundo: Cristiano Ronaldo, Benzema, Modric… También ha jugado en Alemania, Inglaterra y Granada, cargando una enorme mochila de vivencias, incluida la que él más ansiaba: los Juegos Olímpicos. Vallejo capitaneó a la selección española de fútbol que consiguió la medalla de plata en Tokyo 2020.
- Usted nació en Zaragoza, pero tiene raíces en un pequeño pueblo de Teruel.
En Zaragoza vivían mis padres, así que nací y viví allí. Loscos es el pueblo donde nació mi madre, en el que he pasado todos los veranos desde que tengo uso de razón. Allí es donde aprendí a jugar al fútbol, en el pabellón de San Roque. De Loscos son mis mejores amigos, los de toda la vida, que aún conservo. Y de Loscos son los mejores recuerdos de mi infancia.
- ¿Cómo eran esos veranos en el pueblo?
En cuanto terminábamos el colegio nos íbamos allí, desde finales de junio hasta principios de septiembre. Guardo miles de anécdotas, de ir todos los días a las piscinas, o de las rutas en bici hasta otros pueblos. Nos encantaba hacer una panzada de kilómetros, incluso siendo muy pequeños. Las primeras amistades, los amigos con los que mejor relación conservo, porque tenemos muchas cosas en común, son de los veranos en Loscos. Habernos criado juntos en el pueblo nos ha unido mucho. También íbamos algún fin de semana, en las vacaciones de Semana Santa y en Navidad, por supuesto.
- Era una vida alternativa a la que vivía en su ciudad, Zaragoza.
Es que en Loscos apenas pasábamos por casa: para ir al baño, para comer y para dormir, poco más. Eso, en la ciudad, no lo puedes hacer. Ahora voy a Loscos y prácticamente solo veo a los chavales con el móvil y la tablet. Y me da mucha pena. Se están perdiendo las gymkhanas, las bicis, las acampadas… los veranos del pueblo, en definitiva.
- ¿Dice que fue en Loscos donde aprendió a jugar al fútbol?
Lo recuerdo como si fuese ayer. Fue el pabellón de San Roque, junto a la ermita de Loscos. De hecho, cuando yo era niño todavía no había pabellón, sino un descampado de tierra con dos porterías muy grandes. Ya en el 2004 o el 2005 construyeron el pabellón, lo pavimentaron y pusieron porterías de fútbol sala. Las dimensiones seguían sin ser reglamentarias, pero fue un gran avance. Allí es donde nos hemos criado jugando al fútbol, con mi amigo Óscar Villanueva, que hoy es jugador profesional de fútbol sala, y con el resto de niños. Jugábamos hasta que se ponía el sol. Y si hubiera tenido focos, hubiéramos jugado también por la noche.
- ¿Jugar en esas condiciones le permitió aprender un fútbol distinto?
Por supuesto que sí, porque no había tantas reglas. Éramos libres de hacer filigranas, no existía la estrategia ni la táctica. Nos ayudábamos de las paredes del pabellón, como si fuese ‘street football’, pero solo en un lateral, porque en el otro no había pared. Entonces, la tendencia era jugar en esa zona, claro. Ahora el pabellón me parece muy pequeño, pero por aquel entonces llegar hasta la otra portería ya era todo un hito. Jugábamos todos en cualquier posición, hasta de porteros. Chicos y chicas mezclados, lo que entonces no era tan habitual. Y también venían a jugar chavales de otros pueblos, porque era el único pabellón en muchos kilómetros a la redonda. Se montaba un ambientazo. Creo que, aunque a veces no seas consciente, sí que se te quedan muchas cosas de las que aprendes durante esos primeros años.
- Ahí comienza una trayectoria muy precoz.
Mis primeros pasos en el fútbol fueron un balón, unos chavales, todos mezclados y a jugar, sin normas. Después comencé a practicar el fútbol sala en el colegio. Y en seguida pasé al campo grande, en el Club Deportivo Oliver, en un barrio humilde de Zaragoza. El Real Zaragoza me fichó para su cantera en categoría alevín. Ahí sí que los entrenamientos son ya cada vez más intensos y metódicos, con el objetivo de intentar formar jugadores para el primer equipo. Más parecido al fútbol profesional.
- ¿Y cómo lo compaginaba para poder seguir yendo a Loscos?
Cuando eres alevín, los entrenamientos comienzan a finales de agosto y no hay problema. Pero cuando vas creciendo, las pretemporadas se adelantan. A inicios de agosto ya teníamos que entrenar en Zaragoza. Lo que hacíamos era subir y bajar todos los días a la Ciudad Deportiva desde Loscos, unos 45 minutos en coche, y otro tanto de vuelta. Tuve que dejar de ir con los amigos a la peña por la noche, como hacía antes. Había que cenar pronto y acostarse, porque al día siguiente tocaba otro viaje a Zaragoza. La misma rutina durante seis o siete veranos. El mismo año que debuté como profesional todavía me escapaba al pueblo en cuanto nos daban algún día libre. Iba a descansar y volvía. Mi padre me tenía que venir a buscar, porque tenía 17 años y no tenía carné de conducir. Desde niño me he tomado muy en serio el fútbol, quizás demasiado, y le he dado mucha importancia al tema de la alimentación, al descanso y a cuidarme.
- La cara sacrificada del deporte profesional, la que no se ve.
Para mí el pueblo fue el sacrificio más grande. Hay personas que piensan que las vacaciones son hacer un gran viaje, irte muy lejos. Yo eso no lo echaba de menos, y sin embargo las horas de pueblo… eso sí que fue un sacrificio.
- Su trayectoria posterior le ha llevado al Real Madrid, Eintracht de Frankfurt, Wolverhampton y Granada. En su pueblo pueden presumir de futbolista.
Para mí es algo muy emotivo. Tras conseguir la medalla de plata en los Juegos Olímpicos, en el 2021, le pusieron mi nombre a ese mismo pabellón en el que yo había jugado desde pequeñito. Me hizo muchísima ilusión. Cada vez que voy, me vienen sin querer recuerdos de la infancia, de cuando tenía 6 o 7 años y estaba allí jugando con mis amigos. En el pabellón de Loscos aprendí a jugar al fútbol, y ahora lleva mi nombre. Son recuerdos inolvidables.
- Decimos que en su pueblo presumen de usted, pero es que usted también presume de Loscos.
Una de las cosas de las que más me enorgullezco es de haberle dado visibilidad y movimiento al pueblo. Como ejemplo, poco después de mi debut con el Real Zaragoza se creó la Peña Zaragocista de Loscos, que ahora ya lleva diez años funcionando. El presidente es mi tío José Antonio. Van a los partidos a La Romareda, organizan viajes, están gestionando que algún jugador pueda ir un día al pueblo. Hay que dar vidilla a todos estos pueblos que esconden un tesoro maravilloso.
- ¿Tenía usted el sueño olímpico desde pequeño?
Yo siempre había querido participar en unos Juegos Olímpicos. Quizás en el mundo del fútbol, los Juegos no tienen tanto nombre como una Champions o un Mundial. Pero es que yo, antes que futbolista, me siento deportista. Entonces, quería vivirlo desde dentro. De hecho, se acercaban los Juegos de Tokyo 2020 y, como sabía que en el Real Madrid había mucha competencia para jugar, decidí irme cedido en 2019 al Wolverhampton, con la idea de tener muchos minutos y que el seleccionador contase conmigo. En Inglaterra tampoco jugaba mucho, así que en enero volví a cambiar de equipo. Me fui al Granada y allí sí que pude jugar mucho y aumentar mis posibilidades de ir, pero entonces llegó el covid y se pospusieron los Juegos hasta el 2021. En esa tesitura, decidí quedarme otro año cedido en el Granada, con el mismo propósito. Y finalmente lo conseguí.
«Antes que futbolista, me siento deportista. Aunque en el mundo del fútbol tienen más nombre una Champions o un Mundial, yo siempre quise participar en los Juegos Olímpicos»
- ¿Y cómo lo vivió? Todos los que han participado, hablan de un ambiente especial.
Para mí, como deportista, es lo más grande que hay, los Juegos Olímpicos son muy especiales. Y eso que nosotros tuvimos muy mala suerte, porque todavía había muchas medidas anti-covid. Aunque estábamos en la villa olímpica, no podíamos desplazarnos a ver otras competiciones. Es una espinita que se me quedó clavada, porque a mi me hubiese encantado, por ejemplo, vivir ese auténtico ambiente olímpico: asistir a la final de los 100 metros lisos, ir a ver a Javier Gómez Noya en el triatlón, a los ‘Hispanos’ de balonmano o a ‘La Familia’ de baloncesto. Nos tuvimos que conformar con la convivencia en la villa, pero he decir que eso sí que lo disfruté mucho.
- ¿Qué recuerdos tiene de la villa olímpica?
Por ejemplo, le pedí una foto a Javier Gómez Noya, el triatleta, y se quedó un poco extrañado… Sé que él es madridista y le sorprendió que un jugador del Real Madrid le pidiese una foto. Yo le admiro y le sigo mucho, he leído sus libros y siempre ha sido un referente para mí a nivel deportivo. También me hice fotos con Djokovic, otro ídolo. El último día en la villa, después de haber conseguido la medalla, recuerdo que no habíamos dormido nada y bajamos a desayunar. Allí nos encontramos con la selección de balonmano, que también había ganado medalla el día anterior. Estuvimos desayunando juntos, ¡no veas lo que comen esos animales! Hay un montón de vivencias que quedan para el recuerdo. Claro que hubiera preferido que nos hubiese tocado en París, como los Juegos de este año, porque así hubiera podido venir nuestra familia y no hay medidas anti-covid, pero bueno, Tokio 2020 también estuvo muy bien. Pude cumplir un sueño.
- ¿Volverá a unos Juegos como espectador para sacarse esa espina?
No me lo había planteado, pero es una gran idea. En París será complicado, porque estaremos ya de pretemporada. Si no podemos ahora, lo dejaremos para más adelante, cuando ya me haya retirado del fútbol y tenga más tiempo libre. Me encantaría vivir también unos Juegos desde las gradas.
- ¿Cómo fue su primera visita a Loscos después de lograr la medalla olímpica?
Me hicieron un recibimiento espectacular. Nada más volver de Tokio tuve que quedarme en Madrid entrenando, pero en cuanto tuve un par de días libres viajé a Loscos. Coincidió con el día de San Roque, el 16 de agosto, que son las fiestas del pueblo. Estaba todo a rebosar de gente. Después de la misa, se hizo el acto de inauguración del pabellón, que pasó a llamarse Jesús Vallejo Lázaro. Incluyeron el apellido Lázaro porque mi madre es la del pueblo, claro. Fue muy chulo. Todo el mundo quería hacerse fotos conmigo y con la medalla. Yo se la colgaba a los niños. Al principio les hacía mucha ilusión, pero a los pocos segundos notaban el peso en el cuello y se la quitaban. ¡Es que no veas cómo pesa! Fue un día precioso, que recordaré siempre.
- Hemos hablado mucho de su pueblo, pero no lo conocemos todavía. Cuéntenos, ¿cómo es Loscos?
Es un pequeño pueblo de la provincia de Teruel, el primero más cercano a Zaragoza por esa zona. Allí hay dos paisajes muy diferentes: a un lado la llanura y el desierto; hacia el otro, la vista ofrece montañas y valles. Loscos es un pueblo muy llano, lo que es una gran suerte, porque los pueblos de la zona, por la general, están llenos de cuestas. Tiene censados unos 150 habitantes, pero en invierno apenas puedes encontrar 15 personas. En verano se multiplica la población, que puede llegar hasta las 500 personas. Las casas y las calles siguen estando bien conservadas. Últimamente han construido molinos eólicos y ha entrado dinero al pueblo, así que se han podido hacer muchas obras. Recientemente se ha construido un gimnasio, se ha cubierto la pista de fútbol y se han hecho unas piscinas nuevas. Es un pueblo muy cómodo, la gente está empezando a conocerlo y apreciarlo. Tiene un restaurante que me encanta, el Mesón El Cazador. Es una zona también de caza, de perdices y codornices, de jabalíes y liebres. Es un pueblo en el que merece la pena pasar, al menos, un fin de semana.
- Actualmente, ¿con qué frecuencia puede ir?
Intento seguir yendo todo lo que puedo, aunque no es todo lo que me gustaría. No tenemos mucho descanso, solemos ir en junio alguna semana.
- ¿Mantiene el contacto con la gente del pueblo?
Curiosamente, mi primo ha sido elegido alcalde recientemente, así que sí. Él es uno de los que viven allí todo el año, es agricultor. Cuando voy, me gusta empaparme de los oficios tradicionales, como la agricultura y la ganadería. También tengo un amigo que es ganadero. El abuelo de otro amigo era mecánico, y cuando éramos pequeños íbamos a verle trabajar al taller… Me encanta aprender sobre otras cosas y saber que hay vida más allá de la ciudad y del fútbol, pequeñas cosas de las que también se puede disfrutar.
- Entonces, ¿Loscos es donde encuentra esas pequeñas cosas que le hacen disfrutar?
Loscos es mi lugar de refugio, es tranquilidad. Hasta hace poco, no había cobertura. Allí la gente te valora y te quiere como eres. Para mí, el pueblo tiene muchas ventajas. Estar rodeado de naturaleza. Poder descansar mucho mejor que en la ciudad. Loscos es estar con tus amigos, rodearse de personas que no tienen nada que ver con el fútbol, con ese ambiente tan exigente. Las anécdotas de tus abuelos. En Loscos estoy como en otro mundo, es una gozada cada vez que vuelvo. Siempre es un chute de bienestar rodearme de mi gente, poder practicar otros deportes, jugar pachangas en el pabellón, sin ninguna presión, coger las bicis y hacer alguna ruta, estar en la naturaleza. Es desconectar y cargar pilas para poder seguir adelante.
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