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Volver al pueblo: una idea de cine

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Santa Catalina de Somosa
Santa Catalina de Somosa. Por Max Maximov

Última semana del mes de julio de 2020, el verano del coronavirus. Un grupo de diez amigos treintañeros disfruta de una barbacoa en el jardín de uno de ellos en Sopela, Vizcaya (es una situación real, no una hipótesis). Todos son vascos. Hace tres años, tres de ellos vivían en Barcelona, pero fueron volviendo de manera escalonada al País Vasco. Echaban de menos su tierra y su calidad de vida.

La pareja de la pandilla, que espera un bebé, vive oficialmente en Barcelona pero no tiene pensado volver hasta que la crisis sanitaria amaine: ambos pueden teletrabajar y tienen casa en el pueblo. Hay otros dos que también viven en la capital catalana, pero la idea de regresar a su lugar de origen cada vez es más potente. Y el par que falta para completar el recuento, aunque viajan por temas laborales, nunca dejó su tierra porque como allí no se vive en ningún lado. 

Por supuesto, no son una muestra representativa de toda la sociedad (pertenecen a la misma clase social, son del mismo sitio, tienen la misma edad) pero a grosso modo sí reflejan una tendencia que ha tomado fuerza en la pandemia: el éxodo de las grandes ciudades. 

Antes de la crisis del coronavirus los alquileres desorbitados, el coste de la vida diaria, la contaminación o las dificultades para conciliar vida laboral y personal (perder dos horas al día en ir y volver del trabajo a casa es habitual en una ciudad como Madrid, por ejemplo) ya habían provocado que muchas familias optasen por buscar su hogar en ciudades pequeñas o en pueblos.

Pero con el ataque de la COVID-19, la propensión se ha disparado. Solo hay que echar una ojeada en Twitter para leer comentarios de usuarios que se despiden de la gran ciudad y ya se han hecho reportajes sobre el tema en los informativos televisivos y en la prensa escrita. 

Fotograma de Las ovejas no pierden el tren

Y no solo está ocurriendo en España: hace unas semanas el famoso emprendedor-escritor-ajedrecista–podcaster estadounidense James Altucher escribió un post en su página web afirmando que “Nueva York está muerta”.

Su argumentación es, básicamente, que el estilo de vida que él llevaba en la ciudad y que la hacía atractiva se ha suspendido por la pandemia y que, por lo tanto, ya no merece la pena vivir allí. Su post se hizo viral, aunque otro gran amante Gran Manzana le contestó que se callase la boca y se dejase de fruslerías. 

No fue otro que Jerry Seinfeld: “lo último que necesitamos en medio de tantos desafíos es que un tipo en LinkedIn esté quejándose y lloriqueando porque: “¡Todos se fueron! ¡Quiero que regrese el 2019!”. Por supuesto, su texto también se hizo viral (Altucher puede tener seguidores pero, en fin, no es Jerry Seinfeld).

Para los que decidan decir adiós a la urbe e instalarse en un entorno rural –no en una pequeña ciudad de provincias sino en un pueblo– se abre un importante interrogante ¿será como nos lo imaginábamos? ¿o cuando llegue el invierno nos estaremos arrepintiendo? Porque una cosa es proyectar un futuro bucólico y otra es vivirlo. Seguramente los vecinos asistan divertidos a esa revelación.

El cine español ya ha reflexionado sobre el tema. Principalmente en clave de tragicomedia –dependiendo del director tiene más de una o de otra– pero generalmente las historias consiguen arrancar sino risas, sonrisas. A lo mejor no sirve para tomar la decisión de irse o quedarse, pero sí para pasar un buen rato entretenido y pensar un poco. Y para aprender, porque de la cultura siempre se extrae algo valioso.

La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995)

Por Turismo Castilla-La Mancha

Pocos realizadores han difundido los paisajes y la cultura propia de Castilla La-Mancha, su tierra de origen, como Pedro Almodóvar. Uno de los pueblos que más ha aparecido en los fotogramas de sus películas es Almagro, en Ciudad Real: sus paredes salen en Volver (2006) y en La flor de mi secreto

En la segunda, la protagonista, Leo Macías, regresa al pueblo con su madre después de un desengaño amoroso que la ha dejado incapacitada para llevar una vida funcional. Allí, rodeada de las vecinas de toda la vida, recupera el ánimo entre labores de bordado e historias de familiares. 

Incluso en una escena, el grupo de mujeres entona la canción Soy de Almagro. La vuelta a la aldea le sirve a la protagonista de terapia, le aporte un cambio de perspectiva que le ayuda a retomar las riendas de su vida. 

Las ovejas no pierden el tren (Álvaro Fernández Armero, 2015)

Valdeprados
Valdeprados. Por David Perez 

Luisa y Alberto, una pareja con un niño pequeño, se van a vivir a Valdeprados, un pueblo de Segovia ‘obligados’ por su situación económica. Él fue un escritor revelación en su primera juventud, pero desde su novela debut no ha vuelto a publicar nada. 

Ella tiene una academia de diseño de moda en Madrid que tampoco va viento en popa, aunque mantiene el ánimo y el objetivo de tener un segundo hijo que tarda en llegar. Además, ambos lidian con los problemas de sus respectivas familias.

Alberto pasa los días intentando empezar un nuevo libro, pero no se acostumbra a la vida en el campo. Tiene frío, se aburre y su carácter cada vez es más arisco. Pero un vecino, ganadero y agricultor, acaba descubriéndole una nueva vocación y se reconcilia con su nueva realidad. Pese a lo negativa que pueda parecer la trama es una comedia emotiva que reflexiona sobre lo positivos que pueden ser los cambios y, por qué no, las bondades del entorno rural.

La torre de Suso (Tom Fernández, 2007)

Mieres
Mieres. Por pixs:sell

Cundo es un asturiano treintañero emigrado a Argentina que, después de diez años, vuelve a su tierra natal (concretamente a la Cuenca Minera de Asturias) cuando muere su amigo Suso, el primero de la pandilla en fallecer. Al regresar se encuentra con una realidad parecida a la que dejó al marcharse, pero diferente. Es lo que tiene el paso del tiempo.

El objetivo del reencuentro es terminar el proyecto de Suso, construir una torre de madera al lado de su casa para poder “ver las cosas desde arriba”. Es una historia sobre amistad, sobre hacerse mayor, sobre valorar las cosas que importan y sobre entender que no hace falta irse tan lejos para encontrar lo que se busca. La película se rodó en Mieres y Aller, entre otros sitios y obtuvo tres nominaciones a los premios Goya. 

Primos (Daniel Sánchez Arévalo, 2011)

El Capricho en Comillas, Spain
El Capricho en Comillas. Por saiko3p

El día de su boda, Diego anuncia a sus invitados que su novia no va a aparecer. Era algo que les tenía que haber comunicado antes porque ya habían roto, pero no lo hizo. Con esa espinosa situación comienza una película que seguramente haga a muchos espectadores retroceder a los veranos de su adolescencia.

Con una buena dosis de alcohol en el cuerpo, Diego y sus dos primos deciden plantarse en Comillas, el pueblo en el que pasaron los veranos de su infancia y donde aún vive el primer amor del protagonista. Como en toda buena comedia romántica hay enredos, amores paralelos, malentendidos, alguna lágrima y muchas situaciones hilarantes.

Los tres protagonistas también se reconcilian con su pasado y su presente (está visto que en las películas sobre la vuelta al pueblo este es un tema recurrente) y ponen las cosas en una balanza. Puede que la ciudad esté bien, pero comerse cada día un buen sobao cántabro para desayunar quizá merezca más la pena.

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